Enter your keyword

martes, 18 de diciembre de 2018

La batalla de la propaganda no es solo en las redes (ayer me dieron un billete)

By On 12:45

La batalla de la propaganda no es solo en las redes (ayer me dieron un billete)



YURI VALECILLO 
La agonía de los medios de comunicación tradicionales en Venezuela es sencillamente dramática, el monopolio de importación de papel por parte del madurismo no permite que los medios impresos subsistan y si lo hacen es con base a concesiones tremendas al gobierno, alzar la voz tiene un precio y se paga, quiebra del medio, prisión o acoso a periodistas, desempleo o cierre.
Las mal llamadas radios comunitarias, dejaron de ser comunitarias al día siguiente que CONATEL les pone mala cara y ya no son comunitarias y si partidarias, se cuadran ante el gobierno, se ponen firmes y terminan siendo un flácido musculo abyecto al poder y se transforma en solo un espacio para adular a algún visitante distinguido o para atacar a quien caiga de la gracia del madurismo. RNV es capítulo aparte y se debate entre lo mediocre, lo perverso o lo arrogante.
Las televisoras incluyendo TVES con la cual tengo algo que ver (aunque nunca trabajé en ella) es lo que nunca debió haber sido (sólo es un vomitivo) donde ni la programación y tampoco los contenidos sirven de algo, presentador@s mediocres y un nivel de audiencia casi inexistente, igual VTV que es como una caja de repetición cotidiana de una serie de fantasías que nadie cree y que tampoco sirve para llamar a votar, la abstención en las últimas elecciones municipales da una probadita de la incapacidad de  esta televisora para convencer, o por lo menos emocionar a su público ( cada día menos).
Las redes sociales y los medios impresos alternativos y algunas contadísimas opiniones rompen la hegemonía mediática del madurismo. Hegemonía en tiempo y espacio de programación pero no en credibilidad. Aporrea es prueba de ello un lugar para la discusión, el análisis, la opinión y la noticia o sea cumple con (entretener, educar e informar). Los medios electrónicos como Televen y Globovisión tienen programas de opinión que se ven y vale la pena verlos, Carlos Croes en Televen y Vladimir Villegas son parte obligada para conocer que pasa en la coyuntura política venezolana, no así José Vicente Rangel, que se ha convertido en un pleonasmo del partido de gobierno. Si José Vicente Rangel es solo una ficha mediática gubernamental (creo que JVR debería estar en VTV).
Aporrea es como el mascarón de proa de los medios electrónicos alternativos, rompe con lo que existente y permite tener no solo la visión de los grandes o las grandes personalidades de la política. La batalla por la propaganda es hoy más importante que nunca, el Estado no sólo monopoliza  la comercialización de papel, así como  tradicionales de como comunicación sufren las embestidas legales, judiciales, políticas o económicas de los inquilinos actuales de Miraflores, nunca como ahora existió tal nivel de censura, autocensura en Venezuela.
Rompiendo el cerco mediático gubernamental: Una frase atribuida al gran Pintor Jacobo Borges “imaginación contra dinero” recordemos Jacobo era militante del MAS y en mis años de militancia hasta 1978 yo un chamo en esos días, escuchaba esa frase que la llevamos a efecto muchas veces, aparecían recursos y esfuerzos, vi en esos días en actos por la izquierda y de la izquierda a Simón Díaz y a Pedro León Zapata.
Bien ayer después de llegar a México me encontré a unos chicos de 24 o 25 años y por un acto de honor y respeto no daré sus nombres  y tampoco entregaré más datos, unos cubanos y otros venezolanos que estudian o dicen estudiar en Cuba me hablaron de Heberto Padilla y de Reinaldo Arenas. L@s Venezolan@s  me hablaron de la carencia de papel en ambas naciones. Llamare a Est@s chic@s, Carlos, Pedro, Ana. Bien me comentaron que esperan en los próximos días en todas las capitales de Suramérica entregar unos volantes o mariposas impresas en serigrafía en billetes del viejo cono monetario. “Al fin conseguimos papel y además un buen papel para imprimir nuestras proclamas” Me escribieron a mi correo y me dijeron que deseaban verme. Y bien me parece que como soporte de propaganda es genial. Y sospecho que son chicos que por las redes se juntan para planificar y hacer y decir cosas. solo son chicos con ilusiones como alguna ocasión lo fuimos nosotros, con esos arrestos de valor y temeridad.
Notas a pie de página: La vida es amable y me doy cuenta de lo mucho que perdimos con el madurismo, la guerra contra Venezuela parece estar dirigida desde Miraflores y las únicas víctimas somos los venezolanos y venezolanas, el dolor, el hambre, el desempleo, la persecución político, las editoriales sin papel, la censura en los medios, la matraca en las carreteras, veredas y caminos. Pero lo que creo es que muchachos como estos que imprimen en un papel que parecía perdida y hoy toma el papel moneda. Como un papel para el cambio, son chicos rebeldes y valientes a ellos gracias por darme de nueva cuenta fe en el género humano. Aunque nunca la he perdido.

lunes, 24 de septiembre de 2018

CARICATURAS

By On 5:55





sábado, 14 de julio de 2018

Daniel Ortega un gobierno inspirado en el sadismo y no en el sandinismo

By On 13:50

 Daniel Ortega un gobierno inspirado en el sadismo y no en el sandinismo


Yuri Valecillo


Caricatura de RAYMA


Hace bastantes años pase por Nicaragua, creo que fui enamorado por una de las frases de Ernesto Cardenal pintada en los muros de la Universidad de Carabobo “LA REVOLUCION NO ES UNA ILUSION”  Fui a ver al poeta con mi papá y si la memoria no me falla por ahí andaban entre otros Luis Enrique Vizcaya, Chiquito León, Ricardo Maldonado, Jacobo Rúgeles, etc. Yo era apenas un muchacho y la vida me puso años, después alas en los pies y salí del país. Voy en forma intermitente y me agrada ver a mis viejos amigos, los saludo, los aprecio.  La verdad es que en  esos años la revolución era una ilusión para encontrar mejores cosas, para hacer de la vida una melodía y sentir que el horizonte estaba, a cada paso, más cerca. Pero...

La vida nos muestra realidades descarnadas, actos terribles y así como me parece infame el asesinato de líderes sociales en Colombia,  así como me parece terrible la desaparición forzada en el Chile de Pinochet, así como digo que en Venezuela nos gobierna la opacidad administrativa, el temor a los agentes de seguridad del Estado y que la prisión por motivos políticos está a la orden del día y también la tortura. Lo que pasa en Nicaragua no puede callarse, aunque un buen amigo, que hoy trabaja en Aragua, me diga (o repita) la receta gubernamental  de Maduro y aunque le vea su dosis de poeta no atrevido me diga “la rebelión de los jóvenes nicaragüenses es un plan del imperio”.  Nuestro drama: una militancia sin crítica, ni autocrítica, alguna.

Los amigos en Venezuela protestan y denuncian con justa razón los crímenes cometidos en Palestina por parte del Estado terrorista de Israel, también el asesinato de líderes sociales en Colombia o la desaparición forzada en Argentina, pero guardan un patético silencio en el caso de Nicaragua y también acerca de Venezuela. O sea, aquella máxima aplicada para definir a Somoza se puede aplicar ahora a Daniel Ortega: “Somoza es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. Será que Daniel Ortega es del gobierno venezolano, es el de los militantes venezolanos y latinoamericanos que guardan silencio frente a la masacre diaria contra pueblos, caseríos, ciudades, iglesias, radios comunitarias.

Un gobierno que se impone a sangre y fuego y una pobre “poeta”  como la Murillo que solo me hace recordar a Nerón, o a algún jerarca latinoamericano.  que viste con su consorte trajes de seda  persa, mientras su pueblo está desnudo. Ortega es el jefe de lo que se conoció como LA PIÑATA SANDINISTA, ese acto que convirtió a los jerarcas del poder en Nicaragua en la nueva oligarquía nacional. Los grupos paramilitares de Ortega son émulos en su violencia a los grupos de choque del nazismo en los años 30s del siglo pasado, si esos conocidos como las  (Secciones de Asalto/ SA) en Venezuela serian colectivos o los ARRASADORES, pero vayamos y veamos que eran las SA o en alemán Sturmabteilung : https://www.vivirdiario.com/15/4/que-eran-y-que-funcion-tenian-las-sa-sturmabteilung-alemanas/

En la Nicaragua de Ortega el ideal sandinista paso de ser aquello de Soberanía, libertad, democracia, trabajo, honestidad a los  antónimos de la vida. Nicaragua vive hoy en represión sin posibilidad de disentir, con persecución y el asesinato político como moneda de circulación diaria, con torturados y asesinados, con poetas perseguidos y con el silencio o la complicidad de medios como TELESUR que solo está al servicio del gobierno y de la forma de gobierno madurista. Madurismo que es sinónimo de orteguismo por lo tanto de persecución, hambre, represión, chantaje económico.

jueves, 8 de septiembre de 2016

DECÁLOGO DE LA PERFECTA VALENCIANIDAD (la de Valencia, la de Venezuela)

By On 5:01

DECÁLOGO DE LA PERFECTA VALENCIANIDAD

( Valencia, la de Venezuela)

Escritor: José Carlos De Nóbrega



A Pedro Téllez y Milko Vitale.

1.-No se aceptan (a la fecha) a valencianos de primera generación. Se admitirá a todo aquel cuyo árbol genealógico date de la época de la Casa Guipuzcoana o -por lo menos- de la Cosiata salvadora de la patria.
2.-Pertenecerá al entorno (no al abolengo) de la valencianidad todo aquel saltimbanqui, palangrista, adulante o bufón que engalane los salones de las más mentadas y reputadas familias.
3.-No se tolerará la burla y el escarnecimiento público y privado de los valores y el patrimonio material (en especial si se refiere al origen de la fortuna familiar) e inmaterial (?) de la valencianidad. Por lo tanto, es anatema el trueque de un cuadro de Braulio Salazar por una caja de cerveza Polar.
4.-La corrida de toros es la manifestación cultural y religiosa por excelencia de la Valencia del Rey.
5.-La crónica de costumbres, clásica o periodística, constituye el único género literario admitido en la ciudad de Valencia del Rey. A propósito, en lo que toca a la nomenclatura oficial de la ciudad, se proscribe de su territorio a los miembros de la Hermandad de San Desiderio porque la blasfeman con el ignominioso mote de Valencia de San Desiderio.
6.-El gobierno de la ciudad de Valencia del Rey ha de ser teocrático, implicando la amalgama de la aristocracia del dinero y el conserva-durismo de los sectores ultramontanos de la Iglesia Católica (valga un excelso ejemplo: el gobierno de los Salas y el cayado apostólico en manos de Urosa Sabino, siendo el cura Rivolta su ministro del Tesoro) .
7.-El pensamiento y la praxis de izquierda sólo se permitirá en tanto enfermedad de los púberes hijos de la valencianidad, anomalía válida tan sólo hasta los cuarenta años. Tomad el ejemplo de Julio I, Alcalde de Naguanagua en sus ratos libres, sibarita y cocinero en su horario de trabajo.
8.-Los juegos de envite y azar, el cobro de comisiones y la matraca son las bases económicas y culturales de la ciudad de Valencia del Rey (el financiamniento de las bellas artes se orienta exclusivamente a engordar el patrimonio de las siete grandes familias, incluyendo las falsificaciones).
9.-La paloma de Picasso se halla enterrada en el cerro de las tres cruces. Por tal razón, no se ha completado el escudo de armas de la ciudad.
10.-Se añorará el retorno de los welseres al territorio de la ciudad, pues es menester reinstaurar la monarquía y el feudalismo como las bases del orden socioeconómico que pondrá en cintura a este país anarquizado.

lunes, 29 de agosto de 2016

LA LITERATURA VENEZOLANA NO VA DETRÁS DEL CAMIÓN DE LA BASURA

By On 10:04



Roberto Echeto

A Guillermo Cabrera Infante with all my heart



Damas y caballeros, sirva la presente para notificarles que, aunque no bailo ni fumo, brinco de contento por estar aquí frente a ustedes hoy, 9 de marzo de 2005, en la ciudad de Mérida.

Aparte de encontrarme a gusto entre tantos amigos, mi felicidad se debe a que me pidieron que escribiera unas cuantas líneas sobre lo que le pasa a la literatura venezolana en estos últimos tiempos y, como comprenderán, eso representa una oportunidad estupenda para expresar mi modesta opinión sobre un tema que, supongo, nos interesa a todos.

Para empezar debo advertirles que no voy a hablar mal del prójimo, que no voy a despotricar (por los momentos) de los críticos literarios, que no voy a quejarme de su silencio, que no voy a enrostrarles el que sólo se dediquen a escribir cuando les toque hacer sus trabajos de ascenso, que no voy a burlarme porque sólo hablen de autores que los legitimen a ellos, que no voy a fastidiarlos porque no le prestan atención a lo que está pasando en sus narices... No. No voy a hacer nada de eso porque vinimos a hacer amigos... Tampoco vine a hablar de política, aunque no está de más que les diga que es una vergüenza vivir en un país donde tramitar una cédula de identidad es poco menos que una odisea.

Y ya entrando en materia, acordemos que nuestra literatura vive un momento muy extraño... Con ella pasa como con la Vinotinto: después de acostumbrarnos a toda una vida de fracasos futbolísticos, el equipo venezolano empieza a obtener victorias y uno, como espectador, no sabe qué cara poner.

Decía que con la literatura venezolana nos encontramos en un momento raro pero luminoso en el que las editoriales se han quitado sus pijamas y se han puesto los pantalones para seducir al lector. De ahí que hayan desempolvado la maquinaria que recibe y lee manuscritos, que edita, diseña, imprime, distribuye y vende libros. El porqué de semejante situación que en otros lugares es normal y que aquí supone un prodigio, se torna misteriosa. Quizás el desbordado éxito de los textos que pretenden analizar el desastre político y social que padecemos, haya abierto el boquete para que los editores, por fin, se dieran cuenta de que el mercado editorial venezolano no es esa sarta de lugares comunes que aún se repite como si de un mantra se tratase: “que aquí la gente no lee, que aquí el mercado es muy reducido, que aquí no hay escritores, que la literatura venezolana es aburrida...”. ¡Puras necedades! Tal parece que los editores se dieron cuenta de que las cosas son muy diferentes a lo que reza la comodidad, que sí hay un público ávido de leer las cuartillas que escriben no sólo los grandes autores de cualquier parte del mundo, sino las de los autores venezolanos, y la explicación a este especial fenómeno habría que buscarla en la necesidad de revisarnos a nosotros mismos que ha generado el caos que vivimos.

Hagamos un alto y observemos un momento este punto… Para nadie es un secreto que este país anda mal, muy mal y, curiosamente, la respuesta a esta tragedia ha generado, según mi humilde parecer, un afán introspectivo (no crean que a la manera polaca, búlgara, boliviana o checa; nuestro cerebro y nuestro afán rumbero no dan para tanto) que encuentra cierto refugio en la lectura y cierta intuición de que en los libros hay respuestas para calmar el desasosiego imperante, dicho sea de paso, no sólo en nuestro país, sino en el mundo entero. Esa circunstancia hace que los libros adquieran un nuevo interés, que los tomos de ensayo, teatro, crónicas y cuentos, las novelas, los reportajes periodísticos y los poemarios se hayan transformado a los ojos de nuestros lectores en una suerte de oráculo al que se acude en busca de respuestas… Es decir: los venezolanos descubrimos a fuerza de sufrimiento para qué sirven los libros. ¿Y qué? Búrlense todo lo que quieran. Nuestro desastre político, económico y social habla mal de nosotros; dice que somos frívolos, que hemos sido indolentes, que estamos pagando el precio de tanta irresponsabilidad y de tanta rumba, pero ese deseo de buscarnos a nosotros mismos en los libros es un buen síntoma… No sé de qué, pero es un buen síntoma.

En ese contexto, creo yo, se está produciendo literatura en este país. Los escritores, que no podemos escapar a esa dinámica, leemos buscando respuestas y escribimos sabiendo que, hoy más que nunca, tenemos que darlas porque allá afuera, en la calle donde te matan para quitarte los zapatos o te emboscan para secuestrarte y violarte, hay unos lectores que las esperan, así sea para burlarse o para comprobar que las suyas no distan mucho de las que encuentran en cada página.

Aparte de las implicaciones individuales que esta hipótesis un tanto aventurada trae consigo, sería interesante poner también bajo el microscopio las otras caras de este asunto. Si aceptamos que podemos pasar horas especulando sobre el nacimiento o no de una nueva actitud del público venezolano frente a los libros de sus coterráneos, también sería pertinente que nos preguntáramos sobre las consecuencias que en el ámbito editorial, en el de la crítica y en el de los autores supondría tal premisa.

En el ámbito editorial, como hemos afirmado, el que haya lectores (sea por las razones que sea) supone dinero… Porque, damas y caballeros, la literatura es un negocio. Está muy bien: hablamos de obras literarias, de creación, de imaginación, de fantasía y de cosas bellas, pero sobre todo hablamos de billetes que la editorial invierte y que desea recuperar y ver convertidos en ganancias. Desde el punto de vista editorial, la preocupación no se centra en la creación de obras magnas; se centra en la construcción de una industria, de un negocio que nos permita ganar dinero para irnos a la playa porque, por si no lo saben, el dinero sí da la felicidad, y si no se habían dado cuenta o no lo creen, sepan que los han engañado.

Aunque no lo digan con la voz de Plácido Domingo, eso está presente en la mente de los directivos y editores de Planeta, Alfaguara, Norma, Alfadil, Criteria, Grijalbo-Mondadori y de la Fundación para la Cultura Urbana. En este particular, las cabezas de Monte Ávila merecen una mención especial porque, gracias a Dios, han demostrado que usan el dinero en lo que lo tiene que usar (que son los libros) y no en la compra de ametralladoras…

En el caso de la crítica literaria las cosas se complican por varias razones. Como es tradicional, los críticos literarios encienden sus pipas, se tocan sus quijadas y escriben desde sus cubículos universitarios para que los lean otros especialistas que también encienden sus pipas y se tocan sus quijadas en sus respectivos cubículos universitarios. En otras palabras, lo que ellos hacen, no tiene nada que ver —al menos directamente— con que en la calle haya o no lectores. Por eso su trabajo no sólo carece del peso que debería tener en todo este asunto, sino que se pierde la oportunidad de orientar a los demás en todo lo que se refiere a las obras que salen a la palestra, de leerlas, analizarlas y despertar en otros el interés por disfrutarlas. Por eso buena parte de los libros que ven la luz en el mercado venezolano, pasan sin pena ni gloria. Como nadie habla de ellos, dejan de existir aunque estén registrados, tengan en regla su depósito legal y estén en las librerías.

Por lo mismo de andar fumando pipa y de andar tocándose las quijadas en la comodidad del claustro, la crítica literaria venezolana adolece de una absoluta incomprensión acerca de lo que están haciendo sus paisanos escritores. No sólo no entienden sus preocupaciones ni sus técnicas ni el desarrollo de unas cuantas y posibles estéticas, sino que se empeñan en medirlo todo con los raseros de unos cánones ya vetustos en lugar de inventar unos nuevos… Por ejemplo: si un autor X se empeña en reproducir el tono taimado de una conversación entre dos malandros caraqueños, ya es “costumbrista”, sin pensar que esa categoría llamada costumbrismo fue propuesta para los autores del siglo XIX y que no se amolda a las características de la narrativa actual.

Otro típico rasero de la crítica literaria es medirlo todo con el canon de Bloom, con el de Barthes, con el de Todorov, con el de Steiner, Foucault, Habermas o con el de cualquiera de esos grandes chivos que legitiman a todo el que los nombra. Que midan a todo el mundo con la vara de Borges no sólo es aburrido, sino cómodo y oportunista… Claro: es más fácil escribir sobre un viejo requete-leído, requete-estudiado y requete-consagrado que romperse la cabeza para estudiar la obra nueva de alguien nuevo y, para colmo, nacido en estas tierras.

En el caso de la crítica literaria criolla se cumple una de las reglas de oro del ser venezolano: para que algo tenga peso y autoridad debe ser de otro país.

Los críticos literarios venezolanos no entienden que aquí debemos conjugar esos cánones portentosos de la cultura universal con nuestro propio canon que suena a hip hop, que come perros calientes con aguacate y arepas con pernil; que habla feo y está lleno de los mismos eventos absurdos que pueblan nuestras calles y nuestra historia. Tampoco entienden que su misión no es la de instaurarse en jueces inquisidores ni la de sentenciar si una obra les satisfizo o no; su trabajo consiste en leer las obras y ayudar a que otros las lean para que saquen sus propias conclusiones...

En cuanto a los autores, habría que decir que desde hace años no hay en nuestro país una producción tan interesante y tan sostenida como la que se está llevando a cabo en los últimos tiempos. De acuerdo: nadie se ha ganado el Premio Planeta ni el Premio Herralde ni ningún otro de esos galardones semejantes al Oscar de la Academia, pero ¿saben qué? Mejor. Mejor porque los escritores venezolanos debemos madurar; debemos aprender a ser luz en la derrota y prudentes en la victoria, a ser estoicos y humildes, a encerrarnos en nuestro trabajo y buscar por encima de todo la perfección en lo que hacemos... Los premios son sabrosos, pero fuerzan a quienes los ganan a pasar por inteligentes, a producir más y más y a convertir su capacidad de creación en una fábrica de salchichas desabridas… Y conste que eso es aquí y en todas partes… De eso están llenas la literatura española, la colombiana y la mexicana: de novelas peorras, de obras contrahechas lanzadas con bombos y platillos, ¿y para qué? Para nada.

Antes que dejarnos inflar por el mercadeo, por la pompa y el boato, es preferible hacer un ejercicio espiritual que apueste por la sinceridad y no escribir pensando en el reconocimiento. Nada es más feo ni más pernicioso para un escritor que garabatear una oración pensando en el premio tal o en el premio pascual, como les sucede a muchos escritores en esta extraña y corrompida época. Un autor inflado a punta de premios y de reconocimientos no merecidos es como un deportista de músculos agigantados con la ignominiosa ayuda de los esteroides y, como sabemos, lo que les espera a esos débiles de corazón que se dejan llevar por el lado oscuro de la fuerza en el gimnasio, es que el pipí se les ponga pequeño o que se mueran de un infarto.

Yo veo a mi alrededor a muchos amigos escritores trabajando en sus hogares, solos, encerrados y malhumorados, muchas veces llenos de odio porque el país se ha vuelto un gran naufragio y porque suponen que nadie los toma en cuenta. A ellos les propongo que sigan haciendo su trabajo, que no sean ombliguistas, que lean a los clásicos, a los grandes maestros contemporáneos y a los que nos antecedieron, que viajen, que se compren un traje, que se afeiten (o se depilen, según sea el caso), se bañen y que vayan y visiten (eso sí: vestidos) las editoriales, que conversen con la gente, con sus colegas y con sus lectores; que no crean que “alguien” va a ir a sus casas a “descubrir” sus talentos, a ungirlos o a legitimarlos. También les recomendaría que practiquen la humildad, que no crean que los demás no saben de él porque son brutos, que escriban poniendo los seis sentidos en la calamidad histórica que estamos viviendo, en las emociones buenas y malas que eso produce, que escriban pensando en que tienen que ofrecer respuestas.

Los autores venezolanos de las nuevas generaciones (verbigracia: Israel Centeno, los dos Juan Carlos: Méndez Guédez y Chirinos, Federico Vegas, Rubi Guerra, Eloi Yagüe, Oscar Marcano, Sonia Chocrón y otros que no nombro porque estaríamos aquí un largo rato) han abandonado aquel excesivo formalismo cuya máxima expresión era el letrerito en la solapa que rezaba: “en esta obra el lenguaje es el protagonista”. Leer esas palabras y no comprar el libro eran una sola acción… Gracias al cielo que nuestros escritores también han abandonado la ojeriza que le tuvieron durante años a las anécdotas y también aquella pretensión psicoanalítica según la cual todos los personajes de sus obras tenían un trauma que los volvía pusilánimes... De Lorenzo Barquero a Teodoro Camacho y de Andrés Barazarte a Fernando Castelmar hay un océano de historias que atrae a más y más lectores.

Supongo que se habrán dado cuenta de que la literatura venezolana vive un momento muy interesante porque en él han coincidido el interés de los lectores, la desinhibición de los editores y el trabajo continuo de los escritores en sus obras. Quizás haga falta trabajar mucho más, superar el sinfín de complejos que nos agobian y que nos hacen creer que nuestra literatura va de último, detrás del camión de la basura.

Necesitamos inventar algo para que los que estamos interesados en la producción literaria en nuestro país no estemos solos. Necesitamos vernos, discutir, proponernos cosas imposibles… Porque a nuestra literatura, señoras y señores, le hace falta eso: aspiración, aliento, ganas, bolas, deseos de superarse y de que la conozcan en muchos lugares y no sólo en nuestro pequeño y hundido país. Puede que me digan ingenuo por decir estas cosas, pero no me importa. Las grandes acciones comienzan así, como unos raptos de ingenuidad mezclada con algo que no sé definir muy bien, pero que supongo hecho con la misma materia de los sueños.

Ojalá que este momento luminoso de la literatura venezolana sea mejor y más largo que el que tuvo la Vinotinto hace unos meses… porque cuando aprendíamos a poner cara de ganadores, comenzamos a perder otra vez.

Desvíos y extravíos en la actual poesía venezolana

By On 9:50




 Ramón Ordaz




Más allá de las fronteras idiomáticas, la poesía es una, un solo tronco de cuyo cuerpo salen infinitas ramificaciones, sobre las que se posan las diversas aves del mundo a ejercitar sus cantos; árbol polifónico, la poesía crece, se multiplica a través de ramas y raíces. Telúrica por sus cimientos; coral, aérea, espacial por los alados cantos que fluyen de sus transitorios albergues. La poesía es obra de una dualidad: fija en un punto de la tierra; móvil, viajera, inasible entre la estelar música de las esferas y el concierto de voces humanas que emergen como una sola oración solicitando la presencia de Dios, y ese Dios es el poema que nadie ha escrito todavía. Por imposible, por lejano que se presente, no cesará el hombre en su intento de alcanzarlo algún día. El día aquí no es lo que creemos, las horas tampoco, pero ayudan a que conozcamos la medida de las cosas: caemos así en el curso de la temporalidad, en la angustia de nuestro tránsito, en la seducción y deseo de una trascendencia de los que sólo puede dar cuenta el más delgado verso de la poesía: “Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz”. Ningún ser sobre la tierra podría negar la violencia de esta verdad poética. La luz lo es todo, de ella nacen todos los cantos, todas las resurrecciones. Tenemos, entonces, que la poesía no tiene patria; que ningún imperio lingüístico podría apropiársela, que ningún territorio, por mucho que tenga de tierra prometida, puede ser su vergel o paraíso.

No han sido pocos los intentos de concretar una visión panorámica de la poesía venezolana. Poetas y críticos de inobjetable autoridad intelectual como Juan Liscano, Guillermo Sucre, Oscar Rodríguez Ortiz, José Ramón Medina, Luis Beltrán Guerrero, Elena Vera, Vilma Vargas, José Napoleón Oropeza, Javier Lasarte, Rafael Arráiz Lucca, Joaquín Marta Sosa, Antonio Pérez Carmona, Gina Saraceni, Alejandro Oliveros, entre otros, han intentado aproximaciones que tienen la virtud del testimonio, el plausible propósito de ciertas valoraciones que hoy podemos apreciar como escalones que conducen a una unidad irradiada por efecto de la suma de múltiples cosmovisiones, es decir, por la amalgama de disímiles y encontradas miradas de nuestra poesía en el contexto de la literatura nacional. Estemos de acuerdo o no, son estas contribuciones imprescindibles frente a cualquier exigencia que se plantee mostrar con datos valederos, legitimados por el discurso operante, la más mínima de las listas de nuestros poetas ante el mundo. Entendemos que es imposible dar cuenta de todos nuestros poetas, menos en nuestros días cuando insumos como el papel constituyen un producto suntuario, ya que editar tantos volúmenes para complacerlos a todos devendría en un desangre de la economía y en la más terrible de las demagogias. A fin de cuentas, papel aguanta todo, y no es esta la dirección de lo que queremos expresar. Una antología pretende ser una muestra representativa en la que estarían los infalibles, pero después de ellos queda un amplio margen para el escamoteo, para que los caprichos del antólogo expulsen sus fantasmas, sus criaturas congeladas bajo el hielo de inexistentes generaciones. La franca verdad es que la mayoría de nuestros poetas carecen de ubicación. Son meteoritos, bólidos errantes frente al sistema cerrado de quienes han echado sus cartas en grupos y manifiestos, en supuestas generaciones o confluencias de época o en la revista que los pudo haber unido circunstancialmente en el objetivo común de gritar al mundo la inconformidad juvenil. Hechos como estos han devenido después en parto de los montes; ya que no poca gracia ha colocado en la palestra, en los escenarios más importantes de la vida nacional, a muchos de esos afortunados seres que del acto fortuito del pasado saltaron al quicio inmediato que abre las puertas de Miraflores. Sí, el palacio presidencial se llenó de poetas, de bufones, de alabarderos, de rastreadores de oportunidad, de arribistas de toda laya que sin mediar acuerdo empezaron a inflar glóbulos rojos y a sacarse de la boca banderitas tricolores, a escribir y a cantar al padre de la patria con ritmo monocorde como nunca jamás se había hecho; era la resurrección de los patriotas que como cabalgadura encincharon el avión presidencial y las apuestas naves de nuestras aerolíneas para esos interminables vuelos de la poesía. Imposible dar cuenta de semejante acoso “intelectual”, de tantos relamidos flirteos al poder. Tanta desvergüenza no provoca sino escepticismo, la respuesta irónica como única salvación ante el coro plaudente de nuestros poetas que, aletargados en las botillerías, quedaron para exhibición en los frascos del frasquitero mayor, Enrique Hernández D’Jesús, cuyas artes malabares imponen jurados, premios, ediciones y hechos afines que tengan que ver con el ramo de la poesía. Puede sonar a burla, pero sabemos cuán corto se queda nuestro entendimiento. El escarnio proviene de esos sujetos del poder. ¿Por qué tanta agua sucia y cielo tan empañado en el panorama de nuestra poesía? La explicación es una sola: el destierro de la crítica. Hace más tres décadas que el oficio del crítico empezó a perder vigor, a volverse laxo y complaciente frente a la producción literaria del país. La crítica académica, si es que se puede hablar con propiedad de ella, jamás trascendió el aula universitaria, amén de regodearse en exámenes de las obras que se diluían en estudios semióticos, lingüísticos, estructuralistas, culturalistas, etc. Excepcionalmente hicieron incisiones allí, en el centro del problema, en la raíz del mal que debían atacar para que no se propalara una literatura inoficiosa, insustancial, surgida de la entraña de una bohemia marcada por la esterilidad y el oficio fácil y volandero de la escritura. El halago, el encomio y el coro laudatorio determinaron la iglesia pobre de nuestra crítica. Que el crítico rozara con su escalpelo la ultrasensible piel de un poeta, era ganarse de antemano también el destierro del oficio. Así la indecencia y la falta de ética fue ganando terreno: mejor alabar que condenar, mejor celebrar que enjuiciar; mejor estar con Dios y con el diablo que permanecer en el limbo, hasta que sin anuncio alguno la crítica se esfumó de nuestro espacio, lo que dejó las puertas francas a toda suerte de populismo literario. Emulando a un nadaísta colombiano, Gonzalo Fragui pondría el inri a tan noble oficio: “Los críticos en el fondo son buenos, pero en el fondo del mar”.

Estas circunstancias las vivió y las padeció tal vez uno de nuestros más emblemáticos críticos, Jesús Semprum. Cito un fragmento suyo como ilustración de las palabras antecedentes: “Es incalculable el maleficio que causa entre los jóvenes que se inician en el cultivo de cualquier arte el elogio desmesurado, la ponderación exorbitante que se estila entre nosotros. La costumbre de distribuir alabanzas a diestra y siniestra ha traído como primera fatal consecuencia el descrédito de toda censura y el peligro de censurar, así sea de un modo lene. La reprobación se atribuye siempre a inquina, a envidia, a alguna negra pasión del ánimo; y luego, todo el mundo cree obligados a los escritores a que se les encomien sus obras sin reparos, porque de lo contrario se considera víctima de atroz insulto”. Nada nuevo en el huerto de nuestra literatura, la conducta ante la crítica asoma dos caras: la que la requiere para el elogio, para la acreditación pública, para posesionarse en los círculos de las élites y el poder; y la otra, la que abiertamente expresa su desprecio, el rechazo a su presencia, postura que por lo general asumen grupos e individualidades que carecen de seriedad en sus propuestas estéticas, sujetos inseguros de la obra que realizan. Poeta y premio Nobel, Juan Ramón Jiménez ejerció la crítica sin complejo alguno. En defensa de la actitud del crítico llegó a decir que el deber de éste es “estimular a los jóvenes, exigir a los maduros y castigar a los viejos”. Adscribimos sin reservas este postulado del poeta español. Ocurre, sin embargo, que la falta de temple, de coraje, mantiene alrededor de nuestro universo literario un silencio cobarde. Todos sueñan con la gloria literaria, todos se creen con derecho a ascender al Olimpo del Premio Nacional de Literatura, y por este camino de señales equívocas nadie arriesga su carta de futuro que, debemos decirlo, cada vez más está condicionada por el poder. La mano oculta del poder lo decide todo, cómo negarlo, pero lo lamentable es que nuestros poetas y escritores marchen uncidos como bestias al carro de la historia sobrealimentados por la ilusión que los compensará algún día con el lauro y ceremonia que reserva el poder a los obedientes. Un escritor, un poeta de esa estirpe no merece nuestro respeto. Ninguna enseñanza se podría extraer de su obra y de su estado de sumisión. Cuánto quisiéramos que nuestros poetas tuvieran la hidalguía y el desprendimiento que manifestó el nadaísta Gonzalo Arango ante la obra de X-504, Jaime Jaramillo Escobar, compañero de ruta y a quien llama poeta inmortal. Argumenta Arango: “Cuando tomas la palabra dices verdades inexorables y terribles, eres como un rumiante para pensar lo esencial, lo último, lo definitivo, por eso tu obra quedará, perdurará. Yo te seguiré mirando desde mis siglos olvidados. Mi obra literaria en cambio no quedará, soy poeta de lo fugaz, mi reino es cada instante, lo que perece y no renace, lo que es y no continúa. No hay solución a eso: es mi manera de ser, puro canto de sirena que desaparece en las olas, que se lleva la brisa. Mis bodas son con el instante, con el sol, poeta de la burbuja. No me quejo, yo me aniquilo en el goce de cada cosa, en lo efímero, a mi paso no dejaré ecos, dejaré mi silencio y todo me sobrevivirá. Okay, yo soy mi carne”. Me permití la larga cita que, aunque no pretende demostrar nada, sí pone de relieve la hermosa aventura de unos poetas y cuánta bonhomía y grandeza los acompaña; cómo la poesía que escribió el padre fundador del Nadaísmo, Gonzalo Arango, no dio para encumbrarlo, en tanto que el gesto humanitario, humanístico, altruista y revolucionario de sus cartas, fue suficiente para inmortalizarlo también. Actitudes como esas estamos muy lejos de observarlas en nuestro país, donde nuestros poetas piensan en petrodólares, en premios que le revientan la vejiga a los descamisados, mientras los muy orondos, neohedonistas, desde su Olimpo predican el socialismo de botella y copa alzada. En honor a Semprum, en honor a Juan Ramón Jiménez, desde nuestra trinchera abogamos por una “crítica impune”, “lejos del sentimentalismo estético y de la corrección política”, como la plantea el escritor mexicano Christopher Domínguez. En honor también del pensador cubano Enrique José Varona, quien advirtió que “El hombre será, como afirmó el estagirita, un animal político; pero de seguro no es un animal crítico (...)”, auspiciamos la reivindicación de la crítica con todas sus consecuencias. Señala, por otra parte, Varona, que “el espíritu crítico” es “como una excrecencia del cerebro humano; y como toda monstruosidad, abunda poco”. Desde aquí suscribimos la “monstruosidad” de la crítica y las consecuencias que de ella se deriven; asumimos con plena lealtad y responsabilidad ética nuestro insoslayable papel en el que nada tenemos que perder. Ya desde el siglo XIX José Martí alertaba acerca de la mudanza de los poetas: “Nadie tiene hoy su fe segura. Los mismos que escriben fe se muerden, acosados de hermosas fieras interiores, los puños con que escriben”, expresa en el prólogo al “Poema del Niágara” de Juan Antonio Pérez Bonalde. En atención a lo que someramente hemos expuesto, dar razones de vicios y deformaciones en el acontecer de nuestra literatura se hace impostergable. Un primer aspecto a destacar tiene que ver con la (b)vasta producción de libros de poesía en los dos últimos lustros en el país. Alguien podría argüir, ¿y qué tiene de malo?; nada, por supuesto, más allá de alimentar la vanidad de los versificadores sin oficio y consumir buena parte del presupuesto del Ministerio del Poder Popular para la Cultura en la publicación de obras pueriles, que obedecen a los caprichos y complacencias de un funcionariado sin formación en la materia. Ocurre que mientras más publican a pseudopoetas, a rimadores, a escribidores, debido a la palabra en descenso y a la brusca caída del buen decir en nuestra lengua, la media docena de poetas oficiales se sienten con derecho a pontificar desde el reino intangible del premio y la gloria transitoria que ostentan. Que la demagogia y el oportunismo de un político los cite en la tribuna pública es para ellos la consagración definitiva. De esta manera se han repartido entre ellos premios nacionales y regionales, aparecen como eternos jurados de los concursos literarios, se canjean anualmente una codiciada agenda de viajes al exterior, gozan de las milagrosas canonjías, se editan y reeditan hasta el descaro sus libros, sacan del cajón de sastre sus intentos fallidos de escritura, retazos de poemas trasnochados y tienen el santo brío de publicarlos en las imprentas del Estado como pulquérrima donación espiritual al pueblo. En esa falta de modestia, enfermedad curricular crónica, han caído Luis Alberto Crespo, William Osuna, Enrique Hernández D’Jesús, Gustavo Pereira y el no menos narcisista Tarek William Saab, entre otros. Aventajados alumnos que han sabido sacar provecho a las instancias de poder donde “trabajan”. Léanse los últimos poemarios de estos bardos y corroborarán la repetición formularia del estilo, la pobreza lírico-semántica que anuncia el descalabro, el finis terrae de la creación, de cómo se han secado las fuentes de estos labriegos. Lamentable que nuestros poetas no conozcan el silencio, el saber callar a tiempo. Bien vale recordarles el sexto principio del Abate Dinouart en su Arte de callar: “El hombre nunca es más dueño de sí que cuando se aplica a contener su pluma; si no toma esa precaución, escribe demasiado y se derrama, por así decir, fuera de sí mismo; de suerte que se pertenece menos a sí mismo que a los demás”. Este es el cuadro de 5 y 6 de nuestra poesía hoy. Quien pretenda negarlo no vive en nuestro país. Ni un solo poeta joven brilla por cuenta propia desde la cultura oficial; siguen siendo los viejos del pasado los que ocupan las pocas sillas del escenario. Cero virtud, cero templanza, sino la desmedida ambición del protagonismo.

A este desconcierto habría que sumar uno no menos escandaloso. La Fundación Editorial El perro y la rana, la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello y Monte Ávila Editores Latinoamericana pusieron en circulación una selección de poetas bajo el título Palabras en confluencia, 51 poetas venezolanos modernos, realizada por quienes ocupan cargos de dirección en las citadas instituciones; es, ostensiblemente, una partitura oficialista. Escudados detrás de dieciocho notables poetas muertos, la incorporación del grupo Tráfico, a excepción de Rafael Castillo Zapata, la inclusión del polémico Rafael Cadenas y uno que otro poeta del convite, los vivos que integran la “muestra” —vivos de verdad— pasan de la veintena; en su mayoría son el menú exquisito y elitesco de la cultura oficial, es decir, reconocidos funcionarios del Estado y prominentes adhesiones. Debo aclarar que no es cuestionable la militancia de un poeta o un artista en cualquier proyecto o partido político. Todo ciudadano es libre de profesar y practicar la ideología política de su preferencia. Lo grave comienza cuando siendo parte de la coreografía oficial se presten para la manipulación y el escamoteo literario. El meollo de esta “muestra” poética, como pretende llamarla el prologuista Gabriel Jiménez Emán, es la inclusión en ella de Farruco Sesto que, como poeta, es un excelente operador político. Señala Jiménez Emán, a tientas justificando lo injustificable, que no es esta una antología, mientras arguye razones banales para explicarse. No es una antología, pero sí es una antojolía como ironizaba el cáustico Unamuno. Una muestra, un panorama, una antojolía, un paisaje, una antología, pues, que venden los poetas oficialistas, “atrevida”, “plural”, como osa decir el prologuista, “para asimilarlos y disfrutarlos desde el entusiasmo y la pasión”. Por su intencionalidad esta antología es espuria, perversa, y que nos excusen los dignos poetas que allí cursan y que nada tienen que ver con ese entuerto. Líneas atrás se lee en el prólogo: “Sin embargo, veremos a poetas de trayectoria reconocida compartiendo espacio con poetas jóvenes que poseen clara voluntad de continuar; otros, pese a su trabajo sostenido en el tiempo, han sido poco divulgados”. Uno de esos jóvenes, a la vez que poco divulgado es, sin lugar a dudas, Farruco Sesto.

Amanecieron de bala (2007) es otra selección que pretende darnos un “Panorama actual de la joven poesía venezolana”. Guiarse por ella es extraviarse en cuanto a lo que acontece en la joven poesía actual en Venezuela. Uno podría argumentar cosas duras, irritantes, inesperadas, sobre Amanecieron de bala, pero nuestro objetivo no es provocar ni malquistar. Sin duda, es otra antología oficial, pero como se trata de jóvenes, tenemos muy presente el consejo de Juan Ramón Jiménez. Apenas quisiéramos apuntar algo sobre la introducción que titulan “A manera de preámbulo”. Lo que se dice allí, sobre todo cómo se dice, nos entristece, ya que era de esperarse mayor arrojo y bizarría de la palabra por tratarse de la joven guardia. La cuña gastada del compromiso y cierta pacatería verbosa quitan el aliento, anticipan el desencanto. Comparada esta antología con los manifiestos, proclamas y poemas de los años sesenta, sin ánimos de restarle credibilidad a los nuevos poetas, consideramos que se ha dado un paso atrás. Dichosos ustedes, “amanecidos”, porque el viento sopla favorable a sus futuras batallas.

En cuanto a publicaciones periódicas, no hemos visto en el sector oficial estos quince años una sola revista literaria digna de mención. Las pocas que han aparecido han sido eventuales, espasmódicas, sin continuidad alguna. Todo ha sido parasitar las del pasado —Revista Nacional de Cultura, Imagen—, que a pesar de que emergen a la superficie esporádicamente, siguen siendo clandestinas, inexistentes. La inconsecuencia con las revistas literarias es una evidencia más del comodismo de nuestros escritores, de la indiferencia pequeñoburguesa que los distingue, del burocratismo que arrastran como estigma del pasado.

Se nos quedan en el morral muchos aspectos y temas que preferimos no abordar aquí. Quisiéramos añadir, antes de concluir, que sin negar la importancia de los jóvenes poetas adscritos al oficialismo, al margen de éstos se levanta una relevante presencia de la poesía venezolana que no es grupal ni política, tal vez, pero en la que podemos ubicar nombres y libros significativos para corregir, llegado el caso, tantos extravíos y desvíos. El fallo de la historia, vale decir el TIEMPO, no lo dan los contemporáneos, menos los arribistas que han medrado siempre en la cultura oficial.

No es posible que en nuestras antologías aparezcan poetas como consecuencia del oráculo oficial, y no como fruto de la crítica, de la hermenéutica, de las impresiones que va arrojando una época en revistas y periódicos, y en la definitiva instancia de un público lector que las demanda sin las manipulaciones y presiones del mercado oficial.

No hay arte sin utopía, dice el crítico y poeta Eduardo Milán, lo que no cuesta nada suscribir. La tragedia de los poetas oficiales en Venezuela es que la utopía dejó de ser un destino, porque parte de su propósito se ha cumplido en ellos, en una hacienda burocrática que se pierde de vista, en eso reincidente y salvaje que prolifera en los ámbitos sin control del oficialismo, eso otro que satirizaba en su “Manifiesto contra la basuratura” Chevige Guayke y que parece tener correspondencia en los márgenes del poder. Como ayer, lo que pasa es que el bosque no deja ver los árboles.



Referencias

Jesús Semprum. “Notas críticas”. Visiones de Caracas y otros temas. Caracas: Ediciones de la Corporación Venezolana de Fomento, 1969.
Enrique José Varona. “Los aciertos de la crítica”. Desde mi belvedere y otros textos. Caracas: Fundación Biblioteca Ayacucho, 2010.
Christopher Domínguez. “Elogio y vituperio del arte de la crítica”. Letra Internacional, Nº 62. Madrid, mayo-junio, 1999.
José Antonio Escalona-Escalona. “Tres factores en la crítica de poesía”. Lector de poesía. Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1984.
Gonzalo Arango. Correspondencia violada. Bogotá: Intermedio Editores, 2000.
Palabras en confluencia. 51 poetas venezolanos modernos. Prólogo de Gabriel Jiménez Emán. Caracas: Fundación Editorial El perro y la rana.
Abate Joseph Antoine Toussaint Dinouart. El arte de callar. Madrid: Biblioteca de Ensayo Siruela, 1999.
Amanecieron de bala. Panorama actual de la joven poesía venezolana. Caracas: Fundación Editorial El perro y la rana, 2007.
(Conferencia leída en el XXXIV Simposio de Docentes e Investigadores de la Literatura Venezolana, celebrado en la Universidad Pedagógica Experimental Libertador-Instituto Pedagógico de Maturín “Antonio Lira Alcalá”, el 7 de noviembre de 2013).

MANIFIESTO CONTRA LA BASURATURA

By On 9:48

MANIFIESTO CONTRA LA BASURATURA

Chevige Guayke





Vivimos, indudablemente, en una sociedad muy casta, muy decentica ella, muy cristiana, muy tantos adjetivos optimistas. Vivimos en un país de gobernantes muy honrados, muy entregados a llevar a cabo la Justicia Social. ¡Oh, paraíso el nuestro! Sí así es la Democracia que no se termine nunca. La Democracia nos permite votar cada cinco años Y nos permite votar cada cinco años y también nos permite votar cada cinco años y nos concede el derecho, el sagrado derecho de votar cada cinco años nos levantamos bien de madrugada y salimos a votar bien temprano cada cinco años. ¡Oh, la Democracia, la Democracia!

Por consiguiente, no se justifica que ciertos escritorzuelos sin oficio conocido ni siquiera del hogar pretendan crear una literatura corrupta y pletórica de desperdicios fecales o sea heces o sea estiércol o sea excrementos o sea...

Lo que dichos caballeros - mejor dicho: burreros - pretenden hacer no es literatura sino basuratura porque ellos están dominados por la malignidad de un tal Conde Lautréamont y de un tal Rimbaud y de un tal César Vallejo y de un tal Gustavo Pereira y de un tal Víctor Velera Mora y de otros miles de demonios como el tal Eduardo Sifontes y el tal Ernesto Cardenal, puros alumnos de Satanás, puros enemigos del Bien, puros enemigos de la Belleza, puros enemigos de la Moral y las Buenas Costumbres.

Muy cierto hay escritores que son detestables. Hay escritores que son unos cerdos es decir unos cochinos es decir unos marranos: sólo escriben cochinadas; usan el lenguaje para limpiarse el trasero o sea el ano o sea el recto o sea el furraco; para ellos, las palabras no son otra cosa que papel toilette es decir tualé. No producen más nada que basuratura. Todo cuanto escriben, está lleno de basuras su lenguaje es un basurero. Juegan con los gusanos Juegan con el estiércol. Juegan con el mal aliento. Juegan con la mucosidad. Juegan en las pocilgas. Escritores como esos no son dignos de vivir en una Democracia como la nuestra. Un escritor democrático, católico, apostólico, evangélico, testigo de Jehová, florista, refinado, farandulero, no anda metido en esas concupiscencias, en esas lujuriosidades. Un escritor, un literato, un verdadero amante de las Bellas Letras, no se ocupa de crear cuestiones viscerales. Un escritor que se considere como tal y que aspire a ganar el Premio Nacional de Literatura debe escribir sobre las bellezas naturales que tiene nuestro país, tu país, mi país, nuestro país de nosotros. Un escritor democrático debe escribir sobre los crepúsculos de Juangriego que indubitablemente, son más preciosos que los de Barquisimeto. Qué bello es escribir sobre lo nuestro. Así es como debe ser. Es que nuestro país, tu país, mi país. tiene bellezas hasta para regalar hasta para exportar... Sobre esas bellezas deben escribir los escritores democráticos, porque los otros los antidemocráticos sólo escriben sobre la violencia, sólo nombran pocetas en sus escrituras, sólo mencionan flatulencias y defecaciones y masturbaciones y eroticidades y desfloramientos y diarreas y vómitos y adulterios y dicen vulgaridades como las siguientes:

“Usted mi compay, amigo mío, usted sólo es importante para votar, para aplaudir en las manifestaciones, en las reuniones políticas, después usted vuelve a ser el mismo imbécil, el mismo pendejo, el mismo vergajo, el mismo bolsa, el mismo mojón, porque usted sólo es Importante para votar, luego puede irse a freír monos, a comer tajadas de aire, a ser el marginal de siempre, el mismo olvidado y escoñetado y jodido y retejodido y bien jodido y más jodido, pero lo Importante es que usted, mi compay, amigo mío, es un soldado de la Democracia, usted es un Jesucristo de la Democracia, usted es un caletero de la Democracia y no importa que coma mierda y no importa que no tenga un carajo, que sea un pobre diablo, que sea un cero a la izquierda, un lameculo, un coleccionista de promesas y de discursos presidenciales. Confórmese con su hambre, confórmese con su miseria, confórmese con sus nadas, ya los ricos están completos y esa es una ley Divina, es una ley de Dios y esa ley hay que respetarla, hay que cumplirla al pie de la letra, usted es pobre porque así lo desea Dios, usted no tiene nada porque así lo desea Dios y nadie puede ir contra los deseos de Dios y ya el Papa fustigó a los materialistas, a los que pretenden ir contra las leyes de Dios promoviendo revoluciones y los que vayan contra Dios estarán condenados para siempre y su hogar será el infierno y por eso es que los pobres deben aceptar su pobreza y deben conformarse con estar vivos así hablan los que sí han aprovechado la Democracia, los que si han aprovechado las riquezas del país, pero los pobres deben meterse la lengua en el hueco del culo y no decir un coño y para completar la vaina hay escritores que sólo escriben sobre los Relámpagos del Catatumbo, que sólo escriben sobre paisajes, sobre vainas que no los comprometan, sobre vainas que no vayan a dañar su imagen, sobre vainas que no compliquen su vida, sobre vainas barrocas, sobre vainas muy lindas, sobre vainas muy decentes, sobre vainas muy pacíficas, sobre vainas muy mariconas, porque son unos escritores sin cojones, porque son unos escritores serviles, porque son unos escritores deslechados, porque son unos escritores que sólo piensan en su gloria, en su inmortalidad, en su currículum inmaculado, y su literatura es todo un compendio de complacencias y de postales y su literatura es estrictamente literaria pues su preocupación es la vaina estrictamente intelectual es una vaina estrictamente artística pues todo debe ser dicho con decencia pues todo debe ser dicho con la mayor moralidad y la escritura debe ser una vaina impoluta y sólo debe interesarse por los temas psicológicos por esas vainas que son espejos de los laberintos introspectivos pero todo escrito así retóricamente con unas palabras que nada tienen que ver con la vida de nadie porque son unas palabras estrictamente especulativas porque dichos escritores aburguesados y cómplices de las traiciones gubernamentales no son más que unos egoístas y sólo piensan en su gloria en su inmortalidad en su trascendencia y por eso aplaudieron y aplaudieron al Papa y volvieron a aplaudirlo y siguieron aplaudiéndolo porque también querían asegurar bien asegurado su puesto junto a Dios porque dichos escritores son unos cagones unos culillúos y por eso no se meten con nadie y por eso se vuelven pura decencia literaria puro protocolo literario puro Manual de Carreño pura preciosidad y en su literatura no hay putas y no hay maricos y no hay lesbianas y no hay filicidas y no hay uxoricidas y no hay gobernantes ladrones y no hay un coño contra los estadounidenses y no hay nada contra la situación de este país que esta convertido en una mierda mierda mierda mierda mierda este país es una mierda una mierda una mierda una mierda es un país de mierdosos de enmierdados y al carajo esos escritores maricones al carajo esos escritores que viven cuidando su prestigio su posición en la sociedad intelectual venezolana al carajo esos escritores que venden su palabra al mejor postor al carajo esos escritores que pactan con los sepultureros de la esperanza al coño esos escritores de flux para arriba y para abajo al coño esos escritores de reuniones en Sabana Grande al carajo esos escritores que responden tímidamente a los planteamientos reaccionarios de Uslar Pietri al carajo esos escritores que alaban a Guillermo Morón para que dicho señor se apiade y les publique alguna vaina por cuenta de la Academia de la Historia al carajo ese Efraín Subero que sólo se ocupa de comercializar con la literatura de otros, al carajo ese viejo fastidioso llamado Luis Beltrán Guerrero al coño ese José Ramón Medina que no ha podido escribir un buen verso porque ha invertido todos los años de su vida en buscar puestos y más puestos, al coño ese Adriano González León que vive repitiendo las mismas anécdotas literarias, al carajo todos los escritores que viven jalando bolas para que les publiquen sus libros al carajo esos escritores que no han tenido el más mínimo gesto de solidaridad con la Revolución Sandinista, al carajo ese Lovera D'Sola que no sabe lo que dice en sus torpes notas críticas, al carajo todos esos muñequitos de Tráfico y Guaire que únicamente buscan figuración, al carajo, al coño, a la mierda todos esos escritores que escriben para ellos mismos y para complacer a fulano a zutano y a mengano.”

¿Se dan cuenta? ¿Cómo es posible que un escritor pueda decir esas cochinadas, esas barbaridades?, ¿Cómo es posible que un escritor pueda emplear esa terminología tan morbosa e indecente? Cómo es posible, Dios mío, Papa querido, cómo es posible que alguien pueda utilizar la palabra para vomitar todas esas asquerosidades, todos esos desperdicios, cómo es posible, Dios mío, Papa querido, Papa amigo, cómo es posible ¿Por qué alguien se atreve a barrer el piso con las palabras? ¿A limpiar las letrinas con las palabras? ¿Es que acaso no hay castigo para los autores de tal fechoría?, ¿Es que acaso no hay castigo para los homicidas del lenguaje?, ¿Es que acaso no hay una ley que prohíba a esa clase de escritores emplear las palabras que emplean? ¿Por qué convertir la literatura en un burdel, en un torneo de palabras feas, horripilantes, monstruosas, de mal gusto? Es que acaso la literatura es algún mercado popular algún bar de barrio. ¿Por qué motivo ciertos escritores usan la palabra culo si existe la palabra trasero? ¿Por qué usan la palabra verga o pinga si existe la palabra falo? ¿Por qué dicen culear si pueden decir moverse? ¿Por qué dicen singar si pueden decir copular?, ¿Por qué escriben sobre asuntos feos si hay tantas cosas tan lindas, tan bellas, tan hermosas, tan edénicas?, ¿Por qué ir contra la Democracia si la Democracia nos permite vivir así tan chéveres como vivimos?
Somos partidarios de una literatura hecha con palabras desinfectadas, bien puliditas, bien vitoqueadas. Creemos que la literatura es algo celestial, espiritual, angelical. Somos partidarios de una literatura al servicio de sí misma o al servicio de la pedagogía La literatura debe escribirse para formar y no para deformar. La literatura no debe salir de los intestinos sino de los sitios más límpidos, más impolutos, más puros, de la mente. Estamos muy claros: la literatura no es un chiquero. La literatura es algo sacrosanto y sus cultivadores deben ser unos apóstoles, unos monaguillos.
¡Muera la literatura de pocetas!
¡Mueraaaaaa!
¡Muera la literatura agresiva!
¡Mueraaaaaa!
¡Muera la literatura cotidiana!
¡Mueraaaaaa!
¡Muera la literatura cargada de humor negro!
¡Mueraaaaaa!
¡Muera la literatura que está contra nuestra Democracia!
¡Mueraaaaaa!
¡Que vuelva a morir el Conde Lautremont! ¡Que muera Gustavo Pereira! ¡Que vuelva a morir César Vallejo! ¡Que muera Ernesto Cardenal! ¡Que vuelva a morir Artaud! ¡Que vuelva a morir Eduardo Sifontes! ¡Que vuelva a morir Víctor Valera Mora! ¡Que vuelva a morir Rimbaud!
Queremos una literatura así:
“Yo tengo un jardín muy lindo
¡Qué lindo es mi jardín!
Yo tengo rosas en mi jardín
y tengo lirios
tengo claveles tralalala
tralalala
tralalala
Hay muchas flores en mi jardín
Y hay mariposas
muchas mariposas
flores y mariposas tralalala
tralalala
tralalala

¡Oh, mi jardín que Dios admira, que el Papa admira!
Mi jardín tan bonito
Mi jardín, mi jardín, mi jardín
tralalala
tralalala
tralalala
¡Qué literatura! ¡Qué poesía! ¡Qué ternura! ¡Qué decencia!
Definitivamente hay que decir, hay que gritar a todo pulmón
¡¡¡MUERAAAAAA LA BASURATURA!!!

Popular